Hoy viajaba tranquilo en el metro, casi inmutable como siempre. Me importa poco lo que ocurre a mi alrededor y sólo escucho mi música, no suelo fijarme en la gente. Sentí un golpe extraño en la espalda, pensé que estaba muy lleno el carro y que era normal. No volteé. Me golpearon nuevamente y, decidido a sacarle la conch, volteé y eras tú. La tierna y dulce Carmencita, con sus botitas de peluche y su casaca marrón de cuerina. Te saludé como si nada me importara, y me saqué los audífonos. Te pusiste a mi lado y soltaste un debilucho "¿Y como estás?". "Bien" te dije, aunque estaba mal, aunque sigo mal.
Cojudamente saqué de la mochila un encendedor y te lo mostré. "Aún lo conservo, jejeje" con mi típica cara de imbécil que me sale cuando te veo. Me miraste como extrañada y pensativa, te pregunté si podía darte un abrazo y pusiste tu cabeza en mi codo (soy muy alto para ti, ya todos lo saben) y así, fueron tres minutos de felicidad hasta que te llamaron y contestaste con un "aló mi amor, si acá en el metro, no, pucha tarde como siempre, bla bla bla bonis lindis te amo si wuuhuuu cuidate besito mua mua mua" y me miraste y me sonreíste, "ay este se preocupa mucho por mi, jujuju". Chatumare, dije en mi mente. Y seguí abrazándote. Pasamos barranco, pasamos miraflores. Te fuiste y me dijiste que me cuide y que esté bien. Te lo dije y me hiciste prometerlo. Te lo prometí.